Rosa Núñez
INTRODUCCIÓN
Desde su aparición en el siglo XVI, el
ensayo ha logrado difundirse en diferentes tiempos y espacios gracias a su
versatilidad e indefinición. Su creador, Michel de Montaigne, lo consideraba
como una “mescolanza de tantas cosas distintas”. Precisamente, ese carácter
proteico, que se difundió desde Francia a muchos lugares, logró tener una
especial acogida en América. José Miguel Oviedo, al hacer un recuento del ensayo
hispanoamericano, señala que el desarrollo del ensayo no ha sido homogéneo en
las distintas literaturas donde se lo cultivó. Después de su creación en
Francia, el ensayo se fue practicando en otras lenguas, pero España fue una
gran excepción. Recién a fines del siglo XIX, con la generación del 98, es
cuando adquiere importancia en la península ibérica; en cambio, en los países
latinoamericanos, este género floreció junto con sus ideas libertarias[1] y
sus afanes republicanos. El Perú no se excluyó de ello.
Presentado con diferentes nombres y formas,
el ensayo en el Perú parece iniciarse propiamente a fines del siglo XIX con la
singular figura de Manuel González Prada. Entre los que lo precedieron en la
conformación de este género destacan Juan de Espinosa Medrano, llamado el
Lunarejo, con su obra Apologético a favor
de D. Luis de Góngora (1662), y Juan Pablo Viscardo y Guzmán con Carta a los españoles americanos (1801)[2];
también habría que mencionar los importantes artículos publicados en el diario Mercurio Peruano (1791-1794) dirigido
por la Sociedad
Amantes del País. Si bien estos textos presentan ciertas
características afines al género creado por Montaigne, no se los puede
considerar totalmente como ensayos. Sin embargo, tampoco se puede negar que se
constituyeron como discursos fundacionales de la élite intelectual criolla que
jugó un papel importante en la independencia y el devenir cultural del país
republicano.
Los ensayos de González Prada aparecen
reunidos principalmente en Pájinas libres
(1894) y Horas de lucha (1909) y se
constituyen en un hito en la historia de
este género en el Perú. J.M. Oviedo afirma que “su presencia y su obra
ensayística dividen la literatura peruana en dos etapas: antes de él, el
romanticismo y su ingenuo credo liberal, desmentido por el caudillismo militar;
con él, el despertar al positivismo, el cientificismo, el radicalismo político
y la literatura realista”[3].
Sus escritos contribuyeron a formar una conciencia crítica intelectual,
antioligárquica y anticriolla, e influyeron de forma muy decisiva en otros
ensayistas como Mariátegui, quien precisamente escribió sobre él:
De
González Prada debe decirse lo que él, en Páginas
libres, dice de Vigil. Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser
imitadas. Puede atacarse la forma y el fondo de sus escritos, puede hoy
tacharse de anticuados e insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el
edificio levantado por su inteligencia; pero una cosa permanecerá invulnerable
y de pie, el hombre. (Mariátegui, 1978,
265).
La ensayística peruana con el tiempo fue
adquiriendo una mayor consistencia. Marcel Velásquez señala que autores que
formaron parte de la
Generación del 900 y la Generación del Centenario, diseñaron a través del
ensayo comprensiones globales y optimistas de la sociedad peruana, tal es el
caso de José de la Riva
Agüero , Francisco García Calderón, José Carlos Mariátegui,
Jorge Basadre, entre otros; pero autores pertenecientes a la Generación del 50, como
Luis Loayza, Julio Ramón Ribeyro, Sebastián Salazar Bondy, renunciaron a esa
posibilidad, y más bien propugnaron una visión parcial y fragmentada de la
realidad, además de pesimista[4].
Carlos Eduardo Zavaleta en un breve estudio sobre el ensayo peruano comprendido
entre 1950 y 1975, dice más bien que predominan dos temas: el primero es
peruanista o nacional, que busca conocer el destino profundo de nuestra
sociedad y vigilar su marcha hacia el futuro; el segundo es libre, ya que al
autor se constituirá en un divagador arbitrario sobre un tema escogido y preocupado
sobre todo en la armonía formal. A los nombres anteriores agrega los de Raúl
Porras Barrenechea, José Durand, Luis Alberto Sánchez, Alberto Escobar, Pablo
Macera, Francisco Miró Quesada y Mario Vargas Llosa. Además añade un tercer
tipo de ensayo, el híbrido y pone como su mejor exponente a Salazar Bondy con
su ensayo Lima, la horrible (1956)[5].
El devenir del ensayo peruano presenta,
pues, sinuosidades en su proceso de desarrollo. En este artículo reflexionaremos
sobre el lugar que ha ocupado la literatura en tales reflexiones, y cómo
el ensayo literario ha llegado a cruzar las fronteras de la crítica literaria
peruana y cómo ésta ha recepcionado los ensayos de José Carlos Mariátegui y
Mario Vargas Llosa. Para ello,
revisaremos sucintamente la producción ensayística de ambos escritores y la
asociaremos metafóricamente con algunos conceptos de la Física para demostrar que
el ensayo peruano está en continuo movimiento gracias a fuerzas opuestas que lo
someten a equilibrios y tensiones, y por tanto a constantes transformaciones.
JOSÉ
CARLOS MARIÁTEGUI Y LA FUERZA CENTRÍPETA
DE SUS ENSAYOS
José Carlos Mariátegui (1894-1930) logró
convertirse en una de las figuras centrales del pensamiento peruano y
latinoamericano. La revista Amauta
(1926-1930) que él dirigió tuvo alcance internacional. Su producción
intelectual se concreta básicamente en ensayos y artículos publicados en
importante revistas y diarios del país y del extranjero. Entre ellos tenemos: La escena contemporánea (1925), 7 ensayos de
interpretación de la realidad peruana (1928), y sus ensayos póstumos reunidos en El alma matinal y
otras estaciones del hombre de hoy, El artista y la época, Signos y
obras, Peruanicemos al Perú, etc.
En general, podemos decir que en los
ensayos de José Carlos Mariátegui predomina una preocupación por lo nacional. A
pesar de su llamada “edad de piedra”, conformada por textos escritos antes de
su partida a Europa en 1919, su sincero reconocimiento de que en el viejo
continente fue donde hizo “su mejor aprendizaje”, y su interés y admiración por
autores foráneos como Waldo Frank, Miguel de Unamuno, Bernard Shaw, Rainer
María Rilke, etc., Mariátegui se muestra como un pensador totalmente
comprometido con sus raíces. De ahí, por ejemplo, su denodado esfuerzo por
promover el indigenismo entre las letras y cultura peruanas, ya que, según el
Amauta, esta corriente persigue una reivindicación de lo autóctono y nos
permite acercarnos cada vez a nosotros mismos. Esa mirada hacia el interior
adquirió una voz propia y poderosa en sus variados escritos, los cuales a su
vez se han constituido en referentes obligatorios en la literatura peruana, y
particularmente en la crítica literaria, como veremos a continuación.
En 1928 salió a la luz la primera edición
de los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. En la
“Advertencia” que precede a los textos, Mariátegui anotó: “Ninguno de estos
ensayos está acabado: no lo estarán mientras yo viva y piense y tenga algo que
añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado”[6].
Ese carácter personal de sus escritos se evidencia más cuando, al iniciar el
último ensayo titulado “El proceso de la literatura”, escribe:
Declaro,
sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas
políticas, aunque, dado el descrédito y degeneración de este vocablo en el
lenguaje corriente, debo agregar que la política es mi filosofía y mi religión.
Pero esto no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico desde
puntos de vista extraestéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en
la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y
religiosas, y que, sin dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede
operar independiente o diversamente (Mariátegui, 1978, 231).
La aparición de 7 ensayos concitó mucho interés en la intelectualidad peruana, y
particularmente en la crítica literaria. “El proceso de la literatura” es,
pues, considerado como un texto fundador de la crítica literaria peruana. Ahí
Mariátegui hace una serie de interesantes propuestas como la periodización de
la literatura peruana, por ello señala que:
una
teoría moderna – literaria, no sociológica- sobre el proceso normal de la
literatura de un pueblo distingue en él tres periodos: un periodo colonial, un periodo cosmopolita y un periodo
nacional. Durante el primer periodo, un pueblo literariamente, no es sino una
colonia, una dependencia de otro. Durante el segundo periodo, asimila
simultáneamente elementos de diversas literaturas extranjeras. En el tercero,
alcanzan una expresión bien modulada su propia personalidad y su propio
sentimiento. (Mariátegui,
1978, 239).
Muchos críticos
han reflexionado sobre este ensayo, y en general se han dividido en dos grupos:
los que rescatan su trascendencia en la crítica literaria, y los que cuestionan
la propuesta.
En el grupo que retoma la propuesta literaria del
Amauta están los distinguidos críticos Antonio Melis, Antonio Cornejo Polar,
Carlos García Bedoya, Guillermo Mariaca, Tomás Escajadillo, etc. Veamos
brevemente, este último. Escajadillo considera dos aspectos: la periodización
de la literatura peruana y la tesis sobre el indigenismo literario. En
relación a la periodización, Escajadillo advierte que además de la
originalidad, flexibilidad y coherencia del esquema, destaca la importancia de
la fase cosmopolita como medio para superar la influencia española y el
colonialismo supérstite y permitir una adaptación de visiones extranjeras a la
realidad nacional. En cuanto al indigenismo, Escajadillo ahonda especialmente
en la influencia póstuma de Mariátegui sobre los dos narradores esenciales de
esa corriente como son Ciro Alegría y José María Arguedas, y el impacto de la
narrativa indigenista publicada en la revista Amauta[7].
Por otro lado, entre los que cuestionan la
propuesta de Mariátegui, se encuentran Víctor Andrés Belaúnde, que escribió La realidad nacional (1931) en respuesta
a los 7 ensayos, Luis Loayza, Marcel Velázquez, Birger Angvik, etc. Este
último critica la postura política y parcializada de Mariátegui al escribir sus
ensayos, en desmedro sobre todo de una interpretación literaria propiamente dicha,
y cómo ésta ha ejercido influencia en el resto de generaciones de
investigadores de la literatura:
En
cuanto a los análisis hechos por Mariátegui de la cultura, de la ideología y de
la literatura peruanas, parece que los estudiosos de las ciencias sociales, de
la economía y de la historia se han contentado con lecturas superficiales,
incorporándose a una tendencia a desvalorizar los estudios culturales y
literarios, silenciando u omitiendo el valor de la literatura y de los estudios
literarios, negándoles importancia en el proceso de comprensión de una cultura
dada (…). Mariátegui toma la literatura
y la crítica literaria en serio y establece una controversia en este campo de
estudios, encarándose con los detentadores del `buen gusto` estético de la
época – Riva Agüero, Gálvez, García Calderón, y otros- controversia que deviene
política más que cultural, ideológica, estética y literaria (Angvik, 1995, 220-221).
Este breve
balance que hemos hecho respecto de la recepción que hicieron los críticos
literarios de los ensayos de Mariátegui nos permite ver que en la mayoría de
casos se ha asumido que hay una paridad entre el género ensayístico y la
crítica literaria. Quizá el desconcierto sea provocado por la misma ambigüedad
en la que recae Mariátegui, ya que en la sección “Testimonio de parte” del
último ensayo titulado “El proceso de la literatura”, que forma parte de los 7 ensayos, Mariátegui dice hacer crítica: “Mi crítica renuncia a
ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no
creo absolutamente.”, pero luego, al finalizar ese mismo ensayo en la sección
“Balance provisorio” sostiene que su intención no era hacer crítica:
No
he tenido en esta sumarísima revisión de valores-signos el propósito de hacer
historia ni crónica. No he tenido siquiera el propósito de hacer crítica,
dentro del concepto que limita la crítica al campo de la técnica literaria. Me
he propuesto esbozar los lineamientos o los rasgos esenciales de nuestra
literatura. He realizado un ensayo de interpretación de su espíritu; no de revisión
de sus valores ni de sus episodios. Mi trabajo pretende ser una teoría o una
tesis y no un análisis (Mariátegui, 1978, 348).
El empleo indistinto de términos y
categorías literarias es evidente en el ensayo de Mariátegui, pero quizá lo más
curioso del caso es que su afán hermenéutico haya sido considerado como la
labor de un crítico literario, y más aún como uno de los textos fundacionales
de la crítica literaria peruana. La presencia de Mariátegui en las letras
peruanas ha sido tan persistente que ha generado una fuerza inconmensurable que
hasta una figura central en la crítica
literaria no solo peruana sino latinoamericana como es Antonio Cornejo Polar
consideró en su prestigiosa revista que la crítica literaria que quería hacer
era la misma que José Carlos Mariátegui fundó y de ahí su deseo de seguir su
mismo rumbo. Y muchos lo han seguido.
MARIO
VARGAS LLOSA Y LA
FUERZA CENTRÍFUGA DE SUS ENSAYOS
A diferencia de Mariátegui, el célebre
escritor Mario Vargas Llosa casi siempre ha tenido su mirada hacia afuera.
Nunca ha negado su plena identificación con escritores y valores europeos y
norteamericanos, tampoco ha dudado en criticar la producción literaria peruana.
Entre las pocas excepciones que se escapan a su severo juicio se encuentra José
Carlos Mariátegui. En su memoria El pez en el agua escribió sobre el
Amauta lo siguiente:
el
pensamiento de izquierda tenía un ilustre precursor en el Perú: José Carlos
Mariátegui (1894-1930). En su corta vida, produjo un impresionante número de
ensayos y artículos de divulgación del marxismo, de análisis de la realidad
peruana, y trabajos de crítica literaria o comentarios políticos de actualidad
notables por su agudeza intelectual, a menudo por su originalidad y en los que
se advierte una frescura conceptual y una voz propia, que nunca más reapareció
en sus proclamados seguidores (Vargas Llosa, 1993, 310).
La visión de Vargas Llosa sobre la
literatura se ha plasmado en una amplia producción de libros de ensayos, casi a la par que sus novelas. Podemos destacar
algunos títulos como García Márquez: historia de un deicidio (1971), La orgía
perpetua: Flaubert y "Madame Bovary" (1975), Entre
Sartre y Camus (1981), La verdad de las mentiras:
ensayos sobre la novela moderna (1990), La utopía arcaica. José María
Arguedas y las ficciones del indigenismo (1996), El lenguaje de la pasión (2001), La tentación de lo imposible, Víctor
Hugo y Los Miserables (2004), El viaje a la
ficción, el mundo de Juan Carlos
Onetti (2008), Sables y utopías, visiones de América Latina (2009). Hay que notar que en esta
copiosa producción ensayística solo a un escritor peruano, José María Arguedas,
le ha destinado la debida atención en un libro completo y él mismo lo reconoce
cuando dice:
Aunque he dedicado al Perú buena parte de lo que he
escrito, hasta donde puedo juzgar la literatura peruana ha tenido escasa
influencia en mi vocación. Entre mis autores favoritos, esos que uno lee y
relee y llegan a constituir su familia espiritual, casi no figuran peruanos, ni
siquiera los más grandes, como el Inca Garcilaso de la Vega o el poeta César
Vallejo. Con una excepción: José María Arguedas (Vargas Llosa,
1996, 9).
Varios ensayos de Vargas Llosa se
centran en la reflexión sobre un escritor y se han constituido en libros
independientes por la extensión del texto y la abundante bibliografía que cita
en sus trabajos, lo cual hace que se conviertan en verdaderas investigaciones
literarias, organizadas en secciones y capítulos; a diferencia de otros ensayos,
como los incluidos en La verdad de las
mentiras, donde la brevedad y variedad temática que se desprende de la
reflexión sobre cada novela, saltan a la vista y parecen tener una mayor
correspondencia con el género creado por Montaigne. Además hay que mencionar
que en la mayoría de ensayos Vargas Llosa, aparte de hacer una interpretación
personal del asunto abordado, está presente su propia visión del fenómeno
literario, es decir, su arte poética, como cuando afirma: “la literatura cuenta
la historia que la historia que escriben los historiadores no sabe ni puede
contar”[8].
Daniel Castillo sostiene que en la obra de Mario
Vargas Llosa, el ensayo desempeña dos funciones importantes: Sirve primero para
arrojar luz sobre ciertos escritores y aclara la filosofía que sostiene la
propia obra del novelista. Entre los rasgos de su ensayística está el alto
grado de identificación que caracteriza su actitud de exégeta, es decir que su
postura hermenéutica establece relaciones con su propia escritura, la cual a su
vez reclama la pasión como criterio epistemológico del juicio crítico. En ese
sentido, según Castillo, no sería exagerado hablar de una teoría de las
pasiones para entender el aporte de Vargas Llosa al ensayo literario. Así, por
ejemplo, el ensayo sobre la obra de Flaubert, La orgía perpetua,
reivindicaría el derecho del lector a encontrar en sus propios gustos la
piedra angular de su enfoque del fenómeno artístico en general y novelesco, en
particular. Sin embargo, no renuncia a un diálogo con la crítica. Ahora bien,
este diálogo se ve supeditado a los límites que impone su pasión de lector. Los
ensayos de Vargas Llosa abogan por una crítica que no desdeñe ni los placeres
del lector ni las obsesiones del autor en su empeño por dar sentido al
conflicto de los signos.[9]
Daniel Castillo no deja de tener
razón cuando dice que los ensayos de Vargas Llosa no renuncian a un diálogo con
la crítica, pero a diferencia de Mariátegui,
ésta no es considerada como referente para la crítica literaria
nacional, porque es vista básicamente como textos hermenéuticos. Miguel Ángel
Huamán agrega que en dichos ensayos
se mezcla la propia
"arte poética" del novelista con una interpretación romántica del
hecho literario y juicios de valor antojadizos, su enfoque es esencialmente
impresionista y biográfico. Su validez radica en que ofrecen la reflexión de un
notable escritor, desde la propia vivencia o participación en el fenómeno
literario, no pueden representar bajo ninguna óptica la vasta producción
discursiva de los estudios literarios peruanos de las últimas tres décadas (Huamán,
2001, 97-112).
En la misma dirección, Camilo Fernández
Cozman sostiene que Vargas Llosa es un excelente ensayista literario,
pero no un crítico literario, un investigador académico, en el sentido estricto
del término. Considera que el ensayista literario se dirige al gran público,
a una comunidad de lectores no
especializados; en cambio, el
investigador académico (crítico literario), a un público más reducido, a una
comunidad académica de expertos. El ensayista no se preocupa tanto por el rigor
epistemológico de las categorías que emplea, sino por el brillo de la prosa y
lo sugestivo de sus apreciaciones[10]. Sin embargo, en otro artículo, Fernández Cozman
al analizar un aspecto de La utopía
arcaica, considera que Vargas Llosa es un crítico que revela un evidente
arcaísmo tanto metodológico cuanto teórico. Esto se observa en la manera cómo
se acerca al texto literario y en sus ideas sobre el pensamiento mítico.[11]
No falta quienes sí lo consideran como
crítico literario, aunque desfasado. Es el caso de Birger Angvik. Este crítico
noruego plantea que la metodología que utiliza Vargas Llosa para analizar, por
ejemplo la obra de Arguedas, parece ser la misma que la que Riva Agüero aplicó
en sus tratados de la literatura en 1905, de modo que su crítica parece
corresponder a una crítica literaria conservadora. Vargas Llosa, según Angvik,
no hace justicia a Arguedas, ya que se desentiende de los aportes teóricos y
prácticos del psicoanálisis y de la lingüística en las investigaciones
artísticas y literarias. Así en vez de descubrir los secretos complejos e
íntimos del artista como fuente de la que manan la creatividad y los impulsos
artísticos, Vargas Llosa intenta reducir la psicopatología de las depresiones
en Arguedas a un problema superficial que se presenta como esencial y que
malogra los intentos artísticos del escritor. Su crítica resulta ser una
crítica pre-moderna que acusa de pre-moderna una literatura que no corresponde
a las proyecciones emitidas sobre ella. Vargas Llosa, de acuerdo a Angvik,
salta sobre todas las figuras de la posmodernidad - de los feminismos, de los
estudios culturales, y de los estudios poscoloniales[12].
Como se ve, la recepción que han
tenido los ensayos de Vargas Llosa por parte de la crítica literaria, sobre
todo peruana, es totalmente distinta a la ofrecida a Mariátegui, aun cuando
ambos escritores enmarcan su producción dentro del género ensayo y tengan una
percepción particular de la crítica. En
el caso de Vargas
Llosa, su apreciación de la crítica literaria la ha expresado en su ensayo
“Posmodernismo y frivolidad” donde dice:
Responsabilidad
e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica
literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda
la experiencia humana, pues la refleja y contribuye decisivamente a modelarla,
y de que, por lo mismo, ella debería ser patrimonio de todos, una actividad que
se alimenta del fondo común de la especie y a la que se puede recurrir incesantemente
en busca de un orden cuando parecemos sumidos en el caos, de aliento en
momentos de desánimo y de dudas e incertidumbres cuando la realidad que nos
rodea parece excesivamente segura y confiable. A la inversa, si se piensa que
la función de la literatura es sólo contribuir a la inflación retórica de un
dominio especializado del conocimiento, y que los poemas, las novelas, los
dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos
formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos
posmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la
tiniebla expresiva (Vargas Llosa, 1993,
34-35).
En tiempos donde la posmodernidad y el
posestructuralismo han acaparado a la crítica y teoría literarias y han hecho
que la literatura se difumine en un opaco espectro, las palabras de Vargas
Llosa parecen alcanzar cierta actualidad.
EQUILIBRIO
Y TENSIONES EN EL MOVIMIENTO ENSAYÍSTICO PERUANO
Así como en la Física de principios del siglo XX se produjeron
grietas en la visión mecanicista del mundo, en el campo de las ciencias
sociales y humanas también se produjo lo mismo. En medio de esos cambios, el
ensayo pareció cumplir un papel
determinante, ya que por su versatilidad logró filtrarse entre esas fisuras
para intentar dar una mejor comprensión del mundo. En el Perú, como hemos
visto, fue una poderosa herramienta para encauzar los movimientos sociales. Una
fuerza que impulsó los cambios que se iban a producir en el país fue sin duda
la obra ensayística de José Carlos Mariátegui. Su incesante búsqueda de peruanidad permitió que se vaya formando
una conciencia crítica nacional. Décadas después, aparece Mario Vargas Llosa
con una visión totalmente distinta de la realidad, y cuyo aporte en el campo
del ensayo literario también es importante.
A pesar de las diferencias temporales e
ideológicas, José Carlos Mariátegui y Mario Vargas Llosa, tienen muchos puntos
en común como sus
percepciones en torno a la literatura y la vida. Así Mariátegui, por ejemplo,
dice: “la ficción no es anterior ni superior a la realidad como sostenía Oscar
Wilde: ni la realidad es anterior ni superior a la ficción como quería la
escuela realista. Lo verdadero es que la ficción y la realidad se modifican
recíprocamente”[13].
Por su parte, Vargas Llosa afirma que: “La ficción no es la vida sino una réplica a
la vida que la fantasía de los seres humanos ha construido añadiéndole algo que
la vida no tiene, un complemento o dimensión que es precisamente lo ficticio de
la ficción”[14].
Ambos ensayistas asumen, pues, una recreación constante de la vida a través de
la literatura.
La recepción por parte de la
crítica literaria peruana no ha sido la misma hacia la obra ensayística de los
dos escritores, dado que, como hemos
visto, los ensayos de Mariátegui
forman parte del corpus de la crítica literaria peruana y en cambio los de
Mario Vargas Llosa son considerados simplemente como ensayos. Liliana Weinberg señala que “cuando el ensayista se dedica a la crítica se
configura además una nueva imagen del lector: no se trata de un público
especializado”[15].
Los dos escritores configuraron sus lectores ideales. Habría que tomar en
cuenta además que si bien en el Perú los estudios literarios modernos tienen
muy buenos representantes como Estuardo Núñez, los hermanos Cornejo Polar,
Jorge Puccinelli, entre otros, en la actualidad han devenido en un complejo
metalenguaje que han llevado a “la teoría literaria a ser más tediosa que
antes, sin que dicha característica implique una mayor profundidad o densidad
de análisis”[16].
Quizá es
hora de fusionar y, como dice Graciela Maturo, es preciso atender la teoría ya
elaborada por los escritores y pensadores americanos y extraer la teoría
implícita en sus obras poéticas, dramáticas o ficcionales[17]
y, por supuesto, ensayísticas, y dar
lugar a un espacio abierto de pensamiento propio.
[1] José Miguel Oviedo, Breve historia del ensayo hispanoamericano. Alianza editorial,
Madrid, 1991, pp. 19-20
[2] Emilio Carilla, “Los orígenes del ensayo
hispanoamericano”, versión disponible en internet:
http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/48/TH_48_002_142_0.pdf
[3] Op. cit., p. 42.
[4] Marcel Velázquez Castro, El revés del marfil. Nacionalidad, etnicidad, modernidad y género en
la literatura peruana. Lima, Universidad Nacional Federico Villarreal,
2002, p. 172.
[5] Carlos Eduardo Zavaleta, “El ensayo en el Perú,
1950-1975”
en El gozo de las letras. Lima, PUCP,
1997,pp. 138-139.
[6] op. cit.,
p. 12.
[7] Tomás G. Escajadillo, Mariátegui y la literatura peruana, Lima, Amaru editores, 2004.
10Comentarios disponibles en
internet http://puenteareo1.blogspot.com/2007/09/los-motores-del-canon.html
BIBLIOGRAFÍA
Angvik, Birger, (1995) “La ausencia de la forma. Relectura de `El proceso
de la literatura` de José Carlos Mariátegui`
en Anuario mariateguiano. Vol.
VII, Nro. 7, Lima: Amauta.
Angvik, Birger (1999) La ausencia de la
forma da forma a la crítica que forma el canon literario peruano. Lima:
PUCP.
Escajadillo, Tomás G. (2004) Mariátegui y la
literatura peruana, Lima, Amaru editores.
Mariátegui, José Carlos, (1978) 7 ensayos de interpretación de la realidad
nacional. Lima: Amauta, trigésimo octava edición.
Mariátegui, José Carlos (1988) El artista y la época. Lima: Amauta.
Oviedo, José Miguel , (1991) Breve
historia del ensayo hispanoamericano. Madrid: Alianza editorial.
Vargas Llosa,Mario,
(1993) El pez en el agua. Memorias.
Barcelona: Seix Barral.
Vargas Llosa, Mario, (1996) La utopía arcaica. José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo. México: FCE.
Vargas Llosa, Mario, (2001) El lenguaje de la pasión. Lima: Peisa.
Weinberg, Liliana, (2007) Pensar el ensayo,
México: siglo XXI.
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